Es tan curioso que al final de varios correos, cuando uno se queda sin más que decir, y como una especie de despedida que no sabe cómo hacer, termine simple y formidablemente saludando a su interlocutor, mismo para quien pasará desapercibido dicho saludo, por vestir más un formalismo cotidiano.
¿Es menos un saludo, que muchos saludos? El recato y la monserga del ultracorreccionismo es un vehículo del pudor en cuanto a la forma y sus delirios.
Saludar, sin embargo, debería exigir una seriedad y concentración poco tejidas en la comunicación epistolar actual por ser algo que se da por sentado. Si te estoy pidiendo un divorcio, es porque el saludo va implícito en la comunicación.
Un saludo es no comprometedor, es no mostrar efusividad ni grosería. Es abrigar un pusilánime aliento de diplomacia que no transmite otra cosa más que neutralidad. ¿O a te enterneces cuando alguien te dice «saludos»? ¿Qué expresión del acercamiento entre dos alberga este hecho?
Mandar saludar a otra persona es un poco diferente porque refiere tener presente al saludado y con ello congratularse por no ser un olvidado, pero sigue siendo, en el fondo, un agitar de manos como para decir: «estoy aquí, tú allá, y lo hago patente».
El saludo nace, no precisamente para convivir felizmente con la gente, sino como medida precautoria para que, al mostrar la mano y chocarla con el otro, ambos tengan conocimiento de que no se porta arma para perpetrar daño alguno. Esto, previo al oscurantismo del Medioevo.
Pero, ¿será que la naturaleza del saludo lleva consigo una genética que haga caer gordo su estereotipo y media tinta?
Un motivo de cuidado es saludar desaprensivamente a un conocido. Pare ello uno tiene que alzar la ceja con brutal inclinación para que, sin dejar el tono casual y por ello elegante, evitar que se note demasiado interés: sólo se trata de un saludo.
Cuando se saca la mano de la chaqueta, ésta tiene que blandirse firme, ligeramente apaisada e invitando a que caiga sobre ésta, otra. Fríamente, es contacto físico, y como tal, debe hacerse sin recato. Por ello es tan pusilánime que alguien te salude con una mano guanga, ratera de ganas, como si se tratara de un guante con agua y carente de cualquier respeto.
Lo contrario es también marcadamente traicionero. Que te saluden con forja de hierro y lastimen varias falanges es vulgar, y en cualquiera de sus formas, se le suele rehuir a esto.
Al saludar se debe exigir porte y mirada decisiva, folklor en la estampa y brotes de espontánea pasividad. Así, de pie y viendo al otro no hay más que reconocerte en el estadio con tu otredad y la del otro. Valiente ejercicio a ser estudiado mientras te recuestas en el oasis de tu preferencia.
Por todo esto, saludar tiene que ser neutralmente simple. No hay forma correcta en el saludo porque no es vehemente. Mientras cuides estos dos extremos tu saludo no podrá ser indeseable. Por el contrario, será objeto de fotografías de turistas, ovaciones improvisadas y voces altas.
Leave a reply