Paso 1. La hipnosis. Sin
necesariamente proclamarme pambolero hardcore,
me cae bien el Santos como me cae mejor la gravedad con la que el televidente entra
en un estado de atención alterada cuando escucha al Perro advertir el inicio de
un partido, como si se tratara del anuncio de una declaratoria de guerra. En
algunos casos lo llega a ser. Contra la hinchada contraria, contra el quehacer
doméstico. Contra una aburrición cotidiana.
necesariamente proclamarme pambolero hardcore,
me cae bien el Santos como me cae mejor la gravedad con la que el televidente entra
en un estado de atención alterada cuando escucha al Perro advertir el inicio de
un partido, como si se tratara del anuncio de una declaratoria de guerra. En
algunos casos lo llega a ser. Contra la hinchada contraria, contra el quehacer
doméstico. Contra una aburrición cotidiana.
Paso 2. El mito del
control. Ya instalado en el feudo de tu sillón, tu bowl con papas y tu six
de chelas, al minuto 3 te das cuenta de lo imposible. El control. No está. Todo
se colapsa. Sin importar que tu equipo esté a punto de meter tres goles al
hilo, la búsqueda frenética, sin dejar de ver la pantalla empieza, debajo de
los cojines, incluso entre ellos, sabiendo que ni un cuarto de control cabría
ahí, pero es importante descartar posibilidades. Cuando la patita izquierda no
puede temblar más, te levantas a ver si metiste el control en la bolsa de las
papas, o incluso, si está en el bote de basura. La búsqueda se prolonga varios
minutos, hasta que alguien pasa y te dice: “Se te va a caer el control de la
bolsa del pantalón”. Vuelves a tu estado Zen, descansando (y acariciando) el
control junto a tu regazo.
control. Ya instalado en el feudo de tu sillón, tu bowl con papas y tu six
de chelas, al minuto 3 te das cuenta de lo imposible. El control. No está. Todo
se colapsa. Sin importar que tu equipo esté a punto de meter tres goles al
hilo, la búsqueda frenética, sin dejar de ver la pantalla empieza, debajo de
los cojines, incluso entre ellos, sabiendo que ni un cuarto de control cabría
ahí, pero es importante descartar posibilidades. Cuando la patita izquierda no
puede temblar más, te levantas a ver si metiste el control en la bolsa de las
papas, o incluso, si está en el bote de basura. La búsqueda se prolonga varios
minutos, hasta que alguien pasa y te dice: “Se te va a caer el control de la
bolsa del pantalón”. Vuelves a tu estado Zen, descansando (y acariciando) el
control junto a tu regazo.
Paso 3. La hipnosis. Ahora sí,
imperturbable, decides gritar, corear y dejarte llevar por 22 cráneos
persiguiendo un asustado balón que en un momento de relajación (y cuando
sabiamente pones mute a los
narradores), se vuelve una reflexión. El futbol es un pase filtrado al área, de
una cantidad inusitada de dinero; un penalty de expectativas que mueve pasiones
y sentidos extraños de pertenencia; un baile en media cancha de egos y -sobre
todo- un esperado fin de semana para hacer quinielas, detener el mundo por 90
minutos y convertirse en Director Técnico del televisor de tu sala.
imperturbable, decides gritar, corear y dejarte llevar por 22 cráneos
persiguiendo un asustado balón que en un momento de relajación (y cuando
sabiamente pones mute a los
narradores), se vuelve una reflexión. El futbol es un pase filtrado al área, de
una cantidad inusitada de dinero; un penalty de expectativas que mueve pasiones
y sentidos extraños de pertenencia; un baile en media cancha de egos y -sobre
todo- un esperado fin de semana para hacer quinielas, detener el mundo por 90
minutos y convertirse en Director Técnico del televisor de tu sala.
Paso 4. El gol. Claro. Ése
lo celebramos todos. Los muchachos sudamos la camiseta.
lo celebramos todos. Los muchachos sudamos la camiseta.
Paso 5. La repetición. Lo más
curioso es que al terminar el partido, por una razón que no hay cómo entender, te
quedas a soportar los lugares comunes que balbucean los sudados jugadores y
exfutbolistas autoproclamados locutores, como si las repeticiones y análisis
logarítmicos del cabeceo fallido fuera a cambiar el resultado (naturalmente a
tu favor).
curioso es que al terminar el partido, por una razón que no hay cómo entender, te
quedas a soportar los lugares comunes que balbucean los sudados jugadores y
exfutbolistas autoproclamados locutores, como si las repeticiones y análisis
logarítmicos del cabeceo fallido fuera a cambiar el resultado (naturalmente a
tu favor).
El futbol es extraño. Tanto, que permite ver cómo afloran las emociones
más básicas del hombre en competencia, cuando en su forma más básica, no es
otra cosa que patear un esférico, como se patea un prejuicio.
más básicas del hombre en competencia, cuando en su forma más básica, no es
otra cosa que patear un esférico, como se patea un prejuicio.
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