No se entiende cómo, si un gato evita orinar su propia cama, hemos nosotros de rendir ciega pleitesía a la cultura del «No hay consecuencias».
Si los políticos representan al pueblo, más de una metáfora queda para reflexionar en torno a los recientes (que no nuevos) shows de corrupción de los exgobernadores (preciosos).
Lo que en realidad están tomando: descaro, indolencia, ignorancia y un un impensable lastre. Se están robando su tranquilidad.
En política, robar lo es cuando se trata de 100 millones para arriba. Pero se olvida que no es dinero lo que se toma, sino una hipercompleja red de inaplazables microconsecuencias.
Una de ellas: mírales bien el rostro.
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