Cuando se cuenta con una imprudente manía como la de marearse si no se ocupa una ventana en el vuelo, son muchos los riesgos de parecer niño y querer romper en llanto hasta obtener su meta.
Me ha tocado ser cambiado de mi estratégico lugar porque alguna señora mayor me lo ha pedido de una manera en la que decirle «no» hubiera ameritado una golpiza generalizada.
También es clásico que con la celebrada ventana en mi pase de abordar, las alas o turbinas mengüen la dicha de ver lo que en tierra es imposible.
Había visto aviones en los que no abriera la persiana, la ventanilla estuviera rayada y con varias capas de grasa corporal como para también ser mareado y brincar al pasillo, pero lo que no había visto es una aeronave en la que -sólo de un lado- careciera de ventana. Así, sin más, 7A se convirtió en 7cero.
Donde debería haber una ventanilla hay una triste pared, sólida, oscura y sórdida parte del fuselaje donde seguramente se marean al triple los hipersensibles.
Naturalmente, ése fue mi asiento.
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