Para ser leídas con: Elevator, de The Black Keys.
Paso 1. Aprenda a llamar al elevador
Somos lo que hacemos en
un elevador y uno llega a estar tan a disgusto con su realidad, que realmente
disfruta un paseo en elevador. Para lograr esto, asegúrese de saludar al guardia que cuida la integridad
del edificio y pinche con toda prisa (de otra manera puede que el ascensor no
le haga caso) el piso al que se dirige. Lo que sigue demandará de toda su
resignación: la espera mientras se sigue acumulando gente que nutre el tiempo
estimado de viaje por ir coleccionando escalas en los pisos debajo del que a usted va. Relájese y piense que todo
viaje tiene un aprendizaje: citar en su oficina.
un elevador y uno llega a estar tan a disgusto con su realidad, que realmente
disfruta un paseo en elevador. Para lograr esto, asegúrese de saludar al guardia que cuida la integridad
del edificio y pinche con toda prisa (de otra manera puede que el ascensor no
le haga caso) el piso al que se dirige. Lo que sigue demandará de toda su
resignación: la espera mientras se sigue acumulando gente que nutre el tiempo
estimado de viaje por ir coleccionando escalas en los pisos debajo del que a usted va. Relájese y piense que todo
viaje tiene un aprendizaje: citar en su oficina.
Paso 2. El elevador que llama su paciencia
Un elevador nunca llega a
la primera. De hacerlo, levante toda sospecha y evite entrar en él: es muy
probable que esté operado por sus peores enemigos. Una vez que se haya
arrepentido de no tomar ese ascensor, vea cómo más de uno aprieta insistente el
mismo botón, como si de esto dependiera para que el Dios del Ascensor envíe, como
respuesta a su devoción, el ansiado elevador. Sepa algo y sépalo bien: la última
persona que llegue a la espera lo volteará a ver con un rostro de superioridad
y reprobando su pasguatez: entonces él oprimirá tres veces el vapuleado botón y
las puertas se abrirán de inmediato. Espere otra miradita de “¿Quihobo?”. Evite
algún enganche emocional para no agüitar su viaje.
la primera. De hacerlo, levante toda sospecha y evite entrar en él: es muy
probable que esté operado por sus peores enemigos. Una vez que se haya
arrepentido de no tomar ese ascensor, vea cómo más de uno aprieta insistente el
mismo botón, como si de esto dependiera para que el Dios del Ascensor envíe, como
respuesta a su devoción, el ansiado elevador. Sepa algo y sépalo bien: la última
persona que llegue a la espera lo volteará a ver con un rostro de superioridad
y reprobando su pasguatez: entonces él oprimirá tres veces el vapuleado botón y
las puertas se abrirán de inmediato. Espere otra miradita de “¿Quihobo?”. Evite
algún enganche emocional para no agüitar su viaje.
Paso 3. Entre y calle
Como la mente, un elevador
nunca se está quieto y todos somos peligrosos cuando estamos aburridos. Pero
una vez que entra en él, su obligación será parecer maniquí. En ese espacio de
3×3, aproveche para practicar su Español leyendo la marca del elevador, así
como la capacidad máxima del vagón. O asegúrese de que su globo ocular puede
llegar a todos los extremos que usted designe. Ya entrado en operaciones
superiores de la fisiología humana, eche ojo a la marca de la bolsa de la chava
que viaja adherida a usted, mire cómo la mitad de los viajeros dan gracias al
invento del celular y de inmediato lo desenfundan para asegurarse que no ha
llegado ningún correo nuevo (aunque el cel no tenga pila ya), compórtese como
en un museo de cera en donde no sabe quién es quién en dicha exhibición y
maldiga al que se baja en el piso uno. En una idea, durante el trayecto, haga
como si no pasara nada. Sumérjase en su valioso onanismo y ponga la mente, no
en blanco, sino en ya querer bajar de ahí. En su viaje encontrará de todo: caras largas, risitas nerviosas, urgencias
para hablar por teléfono cuando (para variar) no hay señal, y otras patologías que
no se describen aquí para conservar la sorpresa de su viaje. Cuando uno piensa
que se quedó sin ideas para reaccionar ante el mundo es el momento idóneo para
hacer un viaje en elevador.
nunca se está quieto y todos somos peligrosos cuando estamos aburridos. Pero
una vez que entra en él, su obligación será parecer maniquí. En ese espacio de
3×3, aproveche para practicar su Español leyendo la marca del elevador, así
como la capacidad máxima del vagón. O asegúrese de que su globo ocular puede
llegar a todos los extremos que usted designe. Ya entrado en operaciones
superiores de la fisiología humana, eche ojo a la marca de la bolsa de la chava
que viaja adherida a usted, mire cómo la mitad de los viajeros dan gracias al
invento del celular y de inmediato lo desenfundan para asegurarse que no ha
llegado ningún correo nuevo (aunque el cel no tenga pila ya), compórtese como
en un museo de cera en donde no sabe quién es quién en dicha exhibición y
maldiga al que se baja en el piso uno. En una idea, durante el trayecto, haga
como si no pasara nada. Sumérjase en su valioso onanismo y ponga la mente, no
en blanco, sino en ya querer bajar de ahí. En su viaje encontrará de todo: caras largas, risitas nerviosas, urgencias
para hablar por teléfono cuando (para variar) no hay señal, y otras patologías que
no se describen aquí para conservar la sorpresa de su viaje. Cuando uno piensa
que se quedó sin ideas para reaccionar ante el mundo es el momento idóneo para
hacer un viaje en elevador.
Paso 4. Llévese algo de ese viaje
Todo buen elevador tiene
una crisis de identidad (“ustedes ponen el silencio, yo pongo el ambiente
enrarecido, pero igual subo tanto como puedo caer”). Cuando usted logre
entender esto generará una importante dosis de compasión y extrañará su viaje
en el cacharro. Será de las pocas ocasiones en las que podrá usted ver tan
cerca a un extraño y no quitarle la mirada porque ni siquiera ésta tiene
espacio (tampoco sabría mucho qué hacer).
una crisis de identidad (“ustedes ponen el silencio, yo pongo el ambiente
enrarecido, pero igual subo tanto como puedo caer”). Cuando usted logre
entender esto generará una importante dosis de compasión y extrañará su viaje
en el cacharro. Será de las pocas ocasiones en las que podrá usted ver tan
cerca a un extraño y no quitarle la mirada porque ni siquiera ésta tiene
espacio (tampoco sabría mucho qué hacer).
Leave a reply