Para ser leídas con: “Soy Otro Pedo” de La Edición de Culiacán
Paso 1. Sea acá, audaz. Exhiba su estirpe.
Nadie llega a nuestras vidas por equivocación. Menos aún, alguien quien tiene como vocación presumir que se baña con vista al Parque Lincoln y exhibe sus cinco palabras lucidoras con una soltura que no competirá en variedad (pero sí en colorido) con su atesorado guardarropa. Presuma sus envolturas: sea con un chalequito audaz, unas botitas que putea en la banqueta (como prístina alegoría del desgaste del sentido común) o playeritas pedereitor que lo primero a lo que obligan es a recordar que cuando se toma en serio algo, lo demás, por fuerza, quedará al menos retorcido y aburrido.
Paso 2. Permita que su etiqueta se mida en likes
La nueva divisa, una vez que el peso se aproxime a tener valor sólo en un juego de Turista, será la de los likes y los followers. Para ello apueste a creer todo lo que designa el espejo y
presuma que no sólo vive en Polanco, sino que después de vestirse toma el teléfono para gritarle al mundo lo que se puso y que todos los mortales puedan así, iniciar su día en paz.
Paso 3. Hable como el figurín que es
Ya no es suficiente matar el tiempo, la nueva tarea de la humanidad es la de acabar con el buen gusto. Y para ello nos ponemos en manos de cibergurúes que mesmerizan a quien aún tiene un atisbo de pudor, mezclado con una airada respuesta ante lo insólito y una pizca de querer estar en el loop (porque sabe que todo mundo hablará de la viralización del mes y sobre todo, será imperdonable estar out). La agilidad en la verbalización wannabe de tres o cuatro palabras de su precámbrico vocabulario lo catapultarán. De eso trata el ser pedereitor. La disneylandización de la realidad puede ser entendida como una terapia para ser sobrellevada.
Paso 4. Convoque la risa y la pena involuntarias
La popularidad puede más que el ridículo, de hecho lo exorciza y lo incita a ir más allá.
Suponiendo sin conceder que no habrá entidad humana que pudiera tomarlo en serio, más que para carcajear en la oficina frente a lo más parecido a un chiste realmente excepcional, conviértase en domador de vergüenzas y describa su look ganador del día: sea generoso con su público (a él se debe, recuérdelo) y muestre su jean (sic), la botita puteada, sus zapatitos trucutrú, la oleada de accesorios audaces y hágala de peedooo frente a eso que nadie pensó que podría llevarse a cabo en público –menos grabarse- por voluntad y aparentemente en sus cabales, aunque a sabiendas de que pronto será aburrimiento y anécdota estéril. Así, conviértase entonces en el heredero de Yuya, pero de los cincuentones #buenaonda que buscan diversión y hacer más llevadera la semana con una actitud pedera.
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